Hojas secas cayeron, destapando un sueño.
Ocurrió como siempre suele ocurrir, contemplando ante mí una cascada de hojas secas que caía con ligereza, descubriéndome al otro lado una experiencia que nunca llegaré a vivir, una explosión de sensaciones robadas. En ese instante me convertí en ella, una adolescente de mirada ausente que entraba con cierto pesar en una habitación que, a juzgar por la colorista decoración, se encontraba en pleno auge navideño. El pequeño árbol travestido para la ocasión cobijaba unos regalos empaquetados con cándido entusiasmo. Me senté en el sofá más cercano, observando, en una hermosa bola roja que pendía de una de sus ramas, mi rostro demacrado por una tristeza difícilmente descriptible. Una bola de cemento parecía dar vueltas con brusquedad dentro de mi estómago. Entonces, como si de un telefilm de sobremesa se tratase, un hombre canoso entró en tal cuco decorado. Me volví hacia él con asombro, incorporándome rápidamente y lanzándome a sus brazos.
- Te he echado mucho de menos, rosita mía.- Me susurró al oído.
Aquella bola de cemento de mi vientre se diluyó, dando paso a una llama de felicidad que se expandió por cada rincón de mi lánguido cuerpo.
La hojarasca volvió a caer.
Me encontré de nuevo en aquella heladería, con el cuerpo estremecido por el viaje emocional. A mi derecha estaba aún aquella joven, la poseedora de aquel sueño. Bruno pareció darse cuenta de las emotivas lágrimas que yo intentaba reprimir, mientras, Génesis seguía atendiendo el testimonio de la muchacha con mucho empeño.
Me incliné hacia mi colega y le murmuré:
- Tenemos que ayudarla. Debemos que encontrarlo.
Ocurrió como siempre suele ocurrir, contemplando ante mí una cascada de hojas secas que caía con ligereza, descubriéndome al otro lado una experiencia que nunca llegaré a vivir, una explosión de sensaciones robadas. En ese instante me convertí en ella, una adolescente de mirada ausente que entraba con cierto pesar en una habitación que, a juzgar por la colorista decoración, se encontraba en pleno auge navideño. El pequeño árbol travestido para la ocasión cobijaba unos regalos empaquetados con cándido entusiasmo. Me senté en el sofá más cercano, observando, en una hermosa bola roja que pendía de una de sus ramas, mi rostro demacrado por una tristeza difícilmente descriptible. Una bola de cemento parecía dar vueltas con brusquedad dentro de mi estómago. Entonces, como si de un telefilm de sobremesa se tratase, un hombre canoso entró en tal cuco decorado. Me volví hacia él con asombro, incorporándome rápidamente y lanzándome a sus brazos.
- Te he echado mucho de menos, rosita mía.- Me susurró al oído.
Aquella bola de cemento de mi vientre se diluyó, dando paso a una llama de felicidad que se expandió por cada rincón de mi lánguido cuerpo.
La hojarasca volvió a caer.
Me encontré de nuevo en aquella heladería, con el cuerpo estremecido por el viaje emocional. A mi derecha estaba aún aquella joven, la poseedora de aquel sueño. Bruno pareció darse cuenta de las emotivas lágrimas que yo intentaba reprimir, mientras, Génesis seguía atendiendo el testimonio de la muchacha con mucho empeño.
Me incliné hacia mi colega y le murmuré:
- Tenemos que ayudarla. Debemos que encontrarlo.
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