Me encanta, en mañanas invernales como las de hoy, salir del agradable atmósfera de unas sábanas retorcidas, almohadas cálidas por mis abrazos y una manta de gran peso, y correr descalzo hacia el baño. Abrir el grifo de la ducha y esperar a que la temperatura del agua supere a la de mi cuerpo, y fundirme con ella. Me encanta enjabonarme y, tras desprenderme de kilos de burbujas, poner el mango de la ducha en el soporte de la pared y situarme debajo de su glorioso engranado de chorros cálidos, centrando su poder sobre mi cuello y mi nuca. Derretirme durante unos instantes, dejando mi mente en blanco. Me encanta cerrar el grifo y abrir las dos cortinas de la ducha, admirando como el humo se adueña de cualquier superficie cristalina, empañándola con dulzura. Me encanta quedarme un rato así, dejando que toda el agua vaya cayendo por riachuelos a través de mi relajada anatomía. Este es mi reino, este es mi momento. Cojo una toalla y comienzo a secarme. Estoy listo para comenzar un nuevo día, como decía Borja Sisante ¡Con energía!
jueves, 6 de diciembre de 2007
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