Me encanta ese color verde luminoso que nos regala los semáforos de vez en cuando. Es una tonalidad de verde que no se encuentra fácilmente en el entorno urbano. Prueben a buscarlo. Salgan a la calle y traten de vislumbrar un verdoso más puro, más cargado de energía. Cualquier otro color semejante se me antoja sucio, mundano, vulgar... Pero el que propaga los semáforos en uno de sus tres ojos, se me muestra como algo divino, irreal, pero, ante todo, gratificante. Porque la señal de libertad que trasmite es algo que no se suele ver en nuestra sociedad. Vivimos en un mundo colmado de restricciones. No tocar. No fumar. Apagar los móviles. Silencio, por favor. Prohibiciones allí, prohibiciones allá. Por suerte, todas, o casi todas, están más que justificadas. No obstante, se te acumula una sensación de encajonamiento inconsciente que llega a agobiar. La luz verde luminosa que los semáforos nos regala a menudo es un alivio ante tal desolador panorama en el universo de la libre elección. Me encanta incorporarme en un carril sin coches, viendo a muchos amontonados en el otro, parados ante los semáforos en rojo que me voy a encontrar al final. Me encanta porque, muchas veces, antes de que me disponga a frenar, el semáforo se pone en verde y no tengo más que seguir mi camino, como si tal obstáculo no hubiese existido nunca. Me encanta ver como los coches del carril de al lado comienzan a reaccionar en cámara lenta y yo sigo mi camino como si, por un momento, fuese mucho más veloz que el resto de conductores. Otro placer de bolsillo.
viernes, 14 de diciembre de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
la verdad es que tienes toda la razón,soy la primera en reconocer que utilizo mucho esas restrinciones de las que hablas ,y creo que es necesario dar un poco de luz verde a nuestra vida.
Un Besazo
Juana Mary
Publicar un comentario