viernes, 15 de febrero de 2008

Cómo conocí a Casandra, Parte 2 de 5


A través de una amistosa conversación pude averiguar que su novio la había dejado hacía unas horas para irse con otra, que sus amigas la habían arrastrado a la verbena a pesar de no tener ganas de nada, y que, como a mi, le gustaba el helado de limón. Me sentía maravillado por como me trataba, parecía como si nos conociésemos de toda la vida. Dato importante, ninguno de los dos estaba borracho, que conste en acta, señor juez.

Tres cuartos de hora más tarde me llevaba cogido por la mano a la verbena. No tenía muchas ganas, pero se ve que nuestra conversación la volvió a animar, y tampoco quería decirle que no. Tardamos cerca de cinco minutos para poder llegar al centro de la pista, encerrados en un tumulto de disfraces, de mentes, de almas, de cuerpos. Ella bailaba con suma sensualidad, mientras yo, simplemente, hacía como si supiese bailar. Todo parecía ir sobre ruedas. Lo que a continuación pasaría me hizo pensar en que había algo de magia en nuestro encuentro: sonó la música lenta y ella, como tantas chicas con sus parejas, me abrazó con suavidad y comenzamos a bailar pegados, como los delfines de Sergio Dalma (osssss). Esa música nunca me había gustado, pero en ese instante dejé de escucharla. Todo parecía ir a cámara lenta, como si aquellas personas estuviesen desapareciendo, como si aquella canción estuviese compuesta por Dios y cantada por sus fieles ángeles. Miré por encima de su hombro y me di cuenta de algo que me produjo escalofríos: no había nadie más en la pista, nadie más que nosotros dos. Todos aquellos adolescentes habían desaparecido. Cerré los ojos y los volví a abrir para confirmar que sí, éramos la única pareja bailando en aquella amplia pista. Pero me percaté de algo que me desconcertó aún más: un amplio círculo de personas nos rodeaba, todos tenían los ojos cerrados y tocaban cada uno un violín. Los movimientos de sus manos eran sincronizados y no hacía más que fundir mis oídos con una cálida melodía repleta de sentimiento. Entonces ella se abrazó más fuerte a mi cuerpo, por lo que yo respondí a su abrazo, sonreía, cerré los ojos y disfruté de aquello ¿Estaría soñando? Eso explicaría muchas cosas. En tal caso, no quería que mis ojos se abrieran en la oscuridad de mi habitación y que mi cuerpo se despertara sin ella entre mis brazos.

Por suerte no fue así; tras esa canción la gente volvió a aparecer ante nosotros y estuvimos un buen rato juntos hasta que el sol nos dio los buenos días con cierta pereza. Fue entonces cuando me dijo que se llamaba Casandra.

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