"Mi nombre es Javier Niebo y, debido a ciertas cicatrices,
tengo un don, una habilidad para leer las ilusiones de otros."
En un paseo por los callejones de Arrecife veo a un hombre negro que parece mirar algo en el contenedor de basura. Está delante de él, a un metro, con los puños cerrados en señal de cólera. Me llama mucho la atención y decido absorber su sueño. Vamos, Niebo, concéntrate. Un choque emocional, un segundo, consigo ser él en milésimas de segundo, consigo compartir una ilusión. Un sonido, una lágrima, un color. Lo veo en su país, en algún recóndito lugar de África del norte. Un paraje exótico. Resulta desolador ver tanta pobreza, pero en cierta medida, es reconfortante sentirse como en casa. Una niña negra corre hacia mi, Dámbala es su nombre. “Papá, papá” me dice en un idioma extraño. Me inclino y nuestros cuerpos se abrazan. Es mágico volver a ver a mi hija, el verla viva, el saber que volvemos a estar juntos. ¡Oh, cuánto la quiero!
Sonrío mientras sigo mi camino. Me vuelvo hacia él mientras me alejo, ahora puedo ver lo que aquel hombre miraba con rabia sobrenatural. En el contenedor de basura habían escrito un mensaje con spray: “Negros aquí”. De pronto una panda de ignorantes xenófobos y racistas consiguen que borre la sonrisa de mis labios. Por un momento deseo que todo ese dolor, toda la angustia que atenaza el corazón de aquel hombre, sea enviado en forma de lanzas de afilada punta hacia los corazones de aquellos que lo hayan escrito ¿Me pregunto por qué la gente es así? En ocasiones me dan arcadas al pensar que comparto mundo con personas tan intolerantes. Y más ahora, que puedo ver los sueños. Antes era más fácil juzgar, antes era mucho más fácil. Pero ahora no soy el mismo. Si todos los que repudian a los inmigrantes pudiesen leer el libro que escribe el alma de aquel hombre, si todos ellos pudiesen echar de menos a Dámbala y soñar con abrazarla... Las cosas serían distintas.
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