Me encanta la gente positiva, la gente que siempre suele mostrar una sonrisa, sean cuales sean las circunstancias. No me refiero a esas personas que, falsamente, parecen estar fijo de cachondeo, llegando a desvirtuar ciertos momentos. No. Me refiero a ese tipo de persona que, a pesar de un fracaso, una tragedia o un palo vital de cualquier tipo, alza la mirada y dice: "bueno, mañana será un día mejor." Su optimismo se contagia, se extiende a las personas que lo rodean, por lo que su labor como amigo es magnífica. No se trata de ser un iluso idealista, sino de intentar verle el lado bueno a cualquier acontecimiento, siempre, en la medida de lo posible. Porque es con ese tipo de personas con las que es un placer tener una conversación. Sus consejos, aunque puedan ser o no equivocados, dan aliento en los momentos difíciles. Así como hay gente negativa que, con su postura pesimista, logra absorverte las energías y a dejarte con mal cuerpo tras promulgar sus comentarios grises, los optimistas te insuflan serenidad, ganas de comerte el mundo, luminosidad ¿Qué hay de malo en apostar porque las cosas te salgan bien? Y soy de los que piensan que la gente tiene la capacidad de cambiar en muchos aspectos y ese es uno. Podemos cambiar el chip e intentar ver las cosas con mayor esperanza. Si caes estrepitosamente tras un proyecto fallido, bueno, pues te levantas, te sacudes el polvo y sigues caminando. Es más fácil de lo que piensas y te aportará mucho poder. Los que piensan que son perdedores, nunca llegarán alto. Llegan alto los que sé creen ganadores, pues es este optimismo lo que les da la fuerza para ser constantes en su camino hacia la meta ansiada.
domingo, 17 de febrero de 2008
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