miércoles, 20 de febrero de 2008

La queja de la señora Iversen


El señor y la señora Iversen llegaron hace poco más de una semana, para quedarse 14 días. En su reserva pedían, a ser posible, un apartamento alto, cercano a la zona de piscina. Este tipo de peticiones vienen en el apartado de observaciones y yo, como recepcionista, debo hacer todo lo posible por cumplirlas. Gracias a que tenemos contratos con agencias y touroperadores escandinavos, tenemos todo “Brytoria Paradise” colmado de clientes nórdicos. Es por ello que, a pesar de ser una época difícil para muchos otros complejos de apartamentos, en el mío estamos en temporada alta de invierno.

Es por ello que los señores Iversen recibieron su apartamento alto, pero no cercano a la zona de piscina. Nada más darle la llave les expliqué que se hizo todo lo posible por darles exactamente lo que pedían, pero al estar llenos, ha sido imposible.

Comenzó así, la cadena de quejas absurdas:

Día 12 de Febrero, 11:24.
La señora Iversen acudió a mi recepción para pedirme un cambio de apartamento, como si hubiese ignorado por completo la explicación que le di el día anterior. Todo esto con una sonrisa helada.

Día 12 de Febrero, 17:35.
La señora Iversen se presentó nuevamente para aclarar que un árbol de la zona ajardinada les tapaba el sol en su balcón, por lo que tenían más frío de lo habitual. Les comenté que les dejaría unas mantas extra, puesto que no podíamos talar el árbol por una queja así.

Día 13 de Febrero, 12:25.
El señor Iversen entró junto a su esposa. Él se puso a hojear el libro de información turística, mientras ella, con sus sonrisa congelada a cuestas, me comentó que su apartamento tenía bombillas de poca intensidad y que era muy incómodo leer. Les expliqué que eran bombillas de bajo consumo, que tardan un poco en encenderse por completo y por eso parece que no son tan intensas, pero sí lo son.

Día 14 de Febrero, 18:13.
El señor Iversen estaba en el umbral de la puerta, mascullando algo con mala leche en su idioma natal. Mientras, la señora Iversen, se aproximaba a mi mostrador y me decía que su apartamento, al estar más cerca de la obra, escuchaba ruidos muy molestos por la mañana. Les expliqué que eso era imposible, ya que la obra que teníamos cerca estaba parada.

Día 16 de Febrero, 10:15.
Fiel a su constancia, la señora Iversen pasó a informarme de que en su cuarto seguía resultando frío y que su marido, a su edad, pues tenía problemas de huesos. Le di más mantas extra.

Día 17 de Febrero, 18:07.
La señora Iversen volvió a preguntarme por un cambio, a ver si se había desalojado alguno de los apartamentos cerca de la piscina. Su marido le murmuraba algo con cara de pocos amigos, mientras ella lo atendía, sin dejar de mirarme con su sonrisa forzada. Consulté en el ordenador y les dije que, por desgracia, aún seguían ocupados esos apartamentos.

Día 18 de Febero, 12:01.
Una de las guías escandinavas, Kirsi, me comentó que los clientes Iversen querían cambiarse de apartamento. Le comenté la situación, que cuando ellos llegaron, esos apartamentos ya estaban llenos. Kirsi afirmó con la cabeza: “Ah, entiendo. Bueno, si hay sale alguno de esos clientes, por favor, haz el cambio.”

Día 19 de Febrero, 09:30.
La señora Iversen me preguntó si había pasado la guía para hablar conmigo. Le dije que sí, y que estaba haciendo todo lo que podía, pero hasta dentro de dos semanas no se iban a quedar libres. Para entonces, ellos ya se habrían ido.

Día 20 de Febrero. Hoy.
Los clientes Iversen han tirado la toalla finalmente. O eso parece.

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