domingo, 20 de enero de 2008

La queja del señor Rodríguez


El señor Rodríguez, al día siguiente de su llegada, se encaminó hacia mi recepción con humo surgiendo de su nariz, los puños cerrados y la mandíbula transformada en una arruga de carne. No obstante, como si recordase los buenos consejos de su madre, padre u otra figura paternal, se paró ante la puerta, respiró profundamente y entró con disimulada calma.

- Buenos días.- Dije yo, con tono gris.

- Buenos días serán los suyos, caballero, por lo que son los míos…- La calma dejó de ser disimulada, simplemente se esfumó.

- Vaya ¿y eso?

- En la reserva que hice por teléfono especifiqué con claridad que quería un apartamento con balcón, no con terraza.

- Exactamente y yo lo que…

- No obstante veo que en este complejo de apartamentos no suelen atender a los clientes como se debería.- Señaló, mirando hacia un lado, como si hubiese alguien más en la habitación afirmando con la cabeza.

- No se ofusque, señor Rodríguez. Que es temprano y aún no son horas para avinagrarse.

- Me alegra ver que al menos uno de los dos se lo toma a cachondeo.

Me incorporé, no como señal de amenaza ni nada parecido, no obstante sí que dejé aparcada mi sonrisa de escaparate y, sin rozar el tono intransigente, cambié a una actitud más seria.

- Señor Rodríguez, nadie está cachondeándose aquí. Usted llamó, hizo la reserva, aclaró que quería un apartamento con balcón ¿y yo qué le dije? Que haríamos todo lo posible por asignarle uno con balcón. Usted no está pagando ningún extra por tener apartamento en el segundo piso ¿me equivoco? Por lo que no puede considerarlo una exigencia. Mientras esté en nuestra mano, trataremos de reservar ese apartamento que usted ha pedido, pero lo que no podemos hacer es bloquear uno durante dos meses.

- Pero yo volví a llamar tres semanas antes y…

- En efecto, volvió a llamar y, en ese momento, aún podíamos disponer de apartamentos altos. No obstante, debido a los diversos cambios y a la amplia ocupación que, por suerte, hemos tenido, no hemos podido asignarle el que usted, en concreto, deseaba.

- ¿Entonces? ¿me va a decir que no puede cambiarme a un alto?

- Por ahora me temo que no, habría que ver si pasado mañana hay alguna cancelación. Entonces, tan pronto lo sepamos, se lo haremos saber y lo cambiaremos a uno alto.

- ¿Eso es todo?

- Así es.

Entonces llegó el momento que sabía que llegaría. El señor Genaro Rodríguez, embutido en una ridícula actitud de noble medieval insultado, se me quedó mirando fijamente, buscando un cambio en mi postura.

Yo le devolvía la mirada. Él no parpadeaba. Yo tampoco. Siguió mirándome. Yo le seguí respondiendo de la misma forma. El silencio tenso casi se podía respirar como humo en una discoteca de Puerto del Carmen. Sus ojos seguían teniendo a los míos como objetivo. Seguí mirándole con tranquilidad.

- Mierda…- Murmuró al tiempo que se frotaba los ojos con violencia, rompiendo su postura de gárgola gótica.

Se fue con el rabo entre las piernas. A veces me encanta mi trabajo.

1 comentario:

delia dijo...

Admiro tu actitud,otro no hubiese tenido tanta paciencia,aunque sé por experiencia,despues de tantos años trabajando cara al público,que es la mejor manera de molestar a esta gentuza,porque no tienen otro nombre.
No cambies
Un beso enorme