Me encanta tener uno de esos momentos de confusión a horas tempranas. Estoy acostado, durmiendo. Un cosquilleo de preocupación hace que me despierte, liberándome de la telaraña onírica de turno. Pienso: "Joder, no ha sonado el despertador... ¿qué hora es?" Miro la hora con los ojos aún nublados, por lo que tengo que acercarme el despertador a dos centímetros de la cara. Es más tarde de lo normal. Me incorporo con torpeza, como un muñeco de madera al que se le acaba de otorgar vida. Salgo del dormitorio y entonces caigo en mi error: es mi día libre, hoy no tengo que ir a trabajar. Es entonces cuando un estallido de placer, comparable al más satisfactorio de los orgasmos, irrumpe en mí de forma gratificante. Puedo volver a la cama y dormir todo lo que me plazca. El mundo es maravilloso. Regreso a toda prisa hacia mi reino de sábanas y manta, me doy cuenta de que aún conservan el agradable calor de mi cuerpo. Me encanta volver a palparlo, sobre todo si son en días fríos. Me zambullo en ellas, cierro los ojos y vuelvo a quedarme dormido, con una amplia sonrisa cruzándome la boca. Pequeños grandes placeres de la vida.
lunes, 14 de enero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario